La ludopatía (trastorno por juego) es una adicción conductual caracterizada por la pérdida de control sobre el juego de apuestas, pese a sus consecuencias negativas. Suele comenzar como ocio, pero puede escalar con refuerzos intermitentes (ganancias ocasionales), sesgos cognitivos y disponibilidad creciente de plataformas online.
En términos de magnitud, los estudios poblacionales sitúan la prevalencia de juego problemático en adultos entre 0,4% y 2%, con un grupo en riesgo adicional del 3% al 5%. En adolescentes y adultos jóvenes las tasas tienden a ser más altas que en la población general, en parte por mayor impulsividad, exposición temprana a apuestas deportivas y videojuegos con mecánicas similares (p. ej., cajas de botín). Las cifras varían entre países y dependen del instrumento diagnóstico utilizado.
El impacto en salud mental es significativo: hay alta comorbilidad con depresión, ansiedad, consumo de sustancias y trastornos de personalidad. Diversas revisiones reportan ideación y conductas suicidas elevadas en personas con juego problemático—otro motivo por el que el cribado y la intervención temprana son cruciales. En el entorno familiar aparecen conflictos, deterioro del rendimiento académico/laboral y estrés financiero.
Las pérdidas económicas y las deudas son uno de los motores del círculo vicioso: se juega para “recuperar” (chasing), lo que aumenta la exposición y empeora el control. A nivel social, los costes indirectos (endeudamiento, ausentismo, problemas legales y sanitarios) se estiman en miles de millones a escala nacional en muchos países, aunque las metodologías de cálculo difieren.
El juego online y las apuestas deportivas han crecido de forma sostenida en la última década. La disponibilidad 24/7, la facilidad de pago digital y la publicidad personalizada aumentan la accesibilidad y el riesgo, especialmente en varones jóvenes. En paralelo, las medidas de política pública (límites de depósito, verificación de edad, mensajes de juego responsable, autoexclusión y restricciones publicitarias) muestran resultados prometedores, pero su efectividad depende del diseño y la supervisión.
Pese a la carga del problema, menos del 10% de quienes presentan juego problemático busca tratamiento. Las opciones con mejor respaldo incluyen terapia cognitivo-conductual, entrevista motivacional, programas de autoexclusión y soporte financiero/asesoría de deudas; en algunos casos se emplean fármacos para comorbilidades. La combinación de intervenciones clínicas, herramientas tecnológicas (límites, bloqueadores), apoyo social y regulación es la estrategia con mayor evidencia para reducir daños.